Piña. Pausa. Caricia. Piña. Pausa. Caricia.
Cada golpe de “Perro” es preciso, certero. Un puño que pega y se retira
volviéndose invisible. Ningún golpe bajo. Y ni un amague de tirar la
toalla.
Apenas un instante para respirar, un efímero roce
de ternura, y de vuelta al cuadrilátero. Se pierden la cuenta de los
rounds. La vida cabe en un escenario. La muerte también.
El
relato encuentra la exacta dosis de poesía para poner en escena los
imposibles del teatro: sexo y muerte ocurren allí, delante de los ojos
del espectador, en una mezcla precisa de contundencia y fugacidad.
Horizontes absurdos provocando la risa como último velo antes del
abismo de la tristeza. Un universo seco que vive de su sed. Almas
deshidratadas bebiéndose la sangre entre sí. Peleando quien sobrevive,
cada pelea es la definitiva. ¿Quién es más vivo? La muerte de la viveza.
La tontería de la supervivencia.
Y la supervivencia de la
tontería. Justicia poética, como una bocanada de aire en el último
round, sobre el filo de la campana final.
"Perro. Un cuento rural" , de Hernán Grinstein
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