12 de febrero de 2014

perro. un cuento rural

Piña. Pausa. Caricia. Piña. Pausa. Caricia.

Cada golpe de “Perro” es preciso, certero. Un puño que pega y se retira volviéndose invisible. Ningún golpe bajo. Y ni un amague de tirar la toalla.
Apenas un instante para respirar, un efímero roce de ternura, y de vuelta al cuadrilátero. Se pierden la cuenta de los rounds. La vida cabe en un escenario. La muerte también.

El relato encuentra la exacta dosis de poesía para poner en escena los imposibles del teatro: sexo y muerte ocurren allí, delante de los ojos del espectador, en una mezcla precisa de contundencia y fugacidad.

Horizontes absurdos provocando la risa como último velo antes del abismo de la tristeza. Un universo seco que vive de su sed. Almas deshidratadas bebiéndose la sangre entre sí. Peleando quien sobrevive, cada pelea es la definitiva. ¿Quién es más vivo? La muerte de la viveza. La tontería de la supervivencia.

Y la supervivencia de la tontería. Justicia poética, como una bocanada de aire en el último round, sobre el filo de la campana final. 


"Perro. Un cuento rural" , de Hernán Grinstein

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